Llega la primavera y con ella ese
esplendor florido que se traduce en unos campos plagados de multitud de
diferentes especies de flores y plantas. Que rica variedad atesoran nuestros
campos, pero nosotros seguimos en la ciudad, ajenos a tanta belleza. Por donde
mires hay colorido. No queda un palmo de terreno que no esté cubierto de manto
vegetal. Es maravilloso, esplendoroso, portentoso… ¿O no?
¡Ay la primavera! Tan bella para
unos pero tan trágica para otros. Hay determinado tipo de gente que es reacia a
la naturaleza, bien por problemas de salud o bien porque el campo solo lo han
visto en televisión o revistas. Nos centraremos en estas últimas, grandes
desconocidas del universo natural, que lo más cerca que han estado de un paraje
natural ha sido cuando estuvieron en la agencia de viajes sacando los pasajes
para el crucero por el Mediterráneo.
Conocí hace unos meses a una pareja
que no cumplía ya los treinta caminando cuesta arriba por el camino que lleva a
la balsa de Remolcadors en el término municipal de Serra. Iba yo en mi bici
último modelo, subiendo esas empinadísimas rampas del Oronet (a pie y empujando
la bici, por supuesto) cuando a lo lejos divisé a la susodicha pareja. La primera
impresión que me dieron es la de unos montañeros bastante preparados, ya que
portaban unas mochilas profesionales compradas en el Decathlón (aún llevaban
las etiquetas puestas) y su atuendo era mejor que el que sacan en televisión
los profesionales de la escalada cuando les hacen un reportaje en el campamento
base del Everest. Cuando llegué a su altura me dieron el alto, me apeé del
vehículo y me interesé por lo que les sucedía. El hombre se acercó y me pidió
amablemente ayuda para él y su esposa. Resulta que al pasar cerca de un campo
lleno de flores de distintos colores la mujer no había podido refrenar su
impulso de acercarse a ellas para respirar su agradable aroma. Tanto le gustó
la experiencia que desde ese momento no dejó de respirar el olor de cada flor
que veía por el camino ¡Craso error! Porque no siendo conocedora de ninguna de
las especies que se crían salvajes en el medio natural ese acto le podría
ocasionar un perjuicio sin igual si la flor elegida no era la apropiada. Y así
resultó. Por los detalles que me dieron y mis amplios conocimientos de
botánica, aunque también pudo influir que llevaban todavía un ejemplar en la
mano, deduje que se trataba de una flor de ortiga, la cual, como muchos de
vosotros conoceréis, posee un alto poder urticante, en otras palabras, ¡que
pica la ostia! Seguro que más de uno de vosotros lo ha comprobado en carne
propia. Mi mirada se dirigió entonces hacia la mujer y pude comprobar el
lamentabilísimo estado en el que se encontraba su apéndice nasal. Y lo llamo así
por describirlo de una forma educada, porque lo que aquello parecía era una
morcilla de Burgos recién sacada de la sartén.
El hombre no sabía qué hacer y
leyendo un manual del buen montañero, que no sé de donde narices pudo sacarlo, vio
que lo ideal cuando una persona tenía problemas de respiración era alcanzar una
altura que no superara los 1.000 metros, porque ahí dicha persona empezaría
otra vez a respirar adecuadamente. Lo miré con ojos de “que me estás diciendo” y le dije: “A ver chaval, eso será en los
casos en los que el exceso de altitud te produzca mareos y falta de
oxigenación, entonces lo más conveniente es bajar a cotas menos elevadas. Pero
es que vosotros veníais desde abajo, prácticamente desde nivel del mar y os
habéis subido a casi 600 metros de altitud recorriendo más de 15 km”. A lo que
el hombre respondió: “Bueno, es que yo no sabía qué hacer y como en el manual
ponía eso, que era lo más parecido a lo que estaba ocurriendo pues yo…”.
Atónito me
quedé “Mira lo que debes hacer es coger a tu mujer, montarla a caballito sobre
tus espaldas y bajar esos 15 km que habéis recorrido desde el inicio de la
subida a este puerto de montaña. Cuando estés allí, subes unos 4 km de la
montaña que tendrás a tu derecha, lo bajas por el otro lado que serán
aproximadamente un par de km y a unos 500 metros de la bajada encontrarás el
pueblo. Pregunta por allí donde queda el ambulatorio. ¡Ah! Y llévala siempre a
caballito. No debe caminar nada de nada en su estado”. El hombre me lo agradeció
con un abrazo y cogiendo a su mujer a cuestas se dispuso a emprender la marcha.
Una vez me quedé solo me entraron
los remordimientos “Mira que mandarlo por ahí abajo al pueblo cuando si
hubiesen seguido este camino hacia arriba en menos de 1 km hubieran llegado a
Segorbe que es mejor pueblo y tiene hasta hospital”. Pero luego lo pensé mejor
y dije “¡Que se joda! Después de hacerle recorrer 15 km a la pobre mujer cuesta
arriba y medio asfixiada, pues ahora que se la cargue a cuestas y eso que la
mujer disfrutará” ¿Mentira o Verdad?